Quiero definir en este tercer artículo incultura como el desconocimiento y el miedo a algo nuevo y a los cambios que pueda traer consigo, es decir, la bicifobia consciente o inconsciente ante la perdida de unos supuestos privilegios adquiridos, que no se quieren compartir con el resto.
Y para ello, voy a diferenciar entre dos tipos de esta incultura: aquella que se siente a nivel de calle y aquella promovida a nivel institucional.
A nivel de calle existe una xenofobia ciclista por lo que apuntaba antes: la supuesta pérdida de privilegios. Este miedo se acusa en cualquier cambio que sufre la sociedad, a nivel estamentario, religioso, etc. Es verdad, nos cuesta compartir. Si siempre ha sido así, ¿por qué cambiarlo?
El automóvil tomó las calles de las ciudades hace ya un siglo y provocó un gran rechazo entre una sociedad de viandantes, caballos y, también, ciclistas. Esas máquinas ruidosas, veloces y llenas de humo, rediseñaron las ciudades a su antojo y relegaron al peatón a mínimas zonas de tránsito. Poco a poco, antes en unos lugares que en otros, el peatón está recuperando su merecido estatus en las ciudades, pero el coche lo sigue copando casi todo. Después de cien años, están asumidos los privilegios del vehículo a motor. Pero cuando reaparecen formas de transito urbano más amigables con sus ciudadanos, más respetuosas y a medio camino entre el peatón y formas más rápidas de desplazarse surge el conflicto.
La bicicleta en las ciudades de nuestro país es algo nuevo (en este siglo), algo que viene a quitar privilegios a San Coche y que intenta invadir el recién recuperado espacio peatonal. Los automovilistas no las respetan porque les parecen un estorbo, un vehículo lento que, aunque circule a la misma velocidad media que el resto, hay que adelantar. Cuando un coche circula detrás de un tractor o de maquinaria automotriz, tiende a aguantar el chaparrón. Pero si se circula detrás de una bici la cosa cambia. Es la ley del más fuerte. No se puede adelantar a un tractor así como así, pero las bicicletas no ocupan casi espacio; uno puede pasar pegado a ellas.
Esta es una incultura muy común: la bici no es un vehículo. Es una cosa de cuatro locos que viene a reducir nuestra velocidad y a hacernos llegar tarde a los sitios. Da igual que en el siguiente semáforo vuelva a alcanzarnos, sigue siendo lento. Además, todos los ciclistas se saltan los semáforos. Nosotros, los automovilistas, no.
Pero, incomprensiblemente, casi nuestros peores enemigos son los peatones. Siempre los he defendido en este blog porque formo parte de ellos. Todos somos peatones y las ciudades deben estar diseñadas para nosotros. Aquí, el miedo a la pérdida de privilegios es patente. Las bicicletas siempre invaden las aceras, aparecen por cualquier lado y pueden atropellarte. Todos hemos leído estas críticas en foros y comentarios de periódicos. Siempre generalizando y siempre cargando las culpas en los mismos. Pues bien, muchas de ellas son un claro reflejo de lo que hacen los peatones día a día: cruzar con los semáforos en rojo o por cualquier lado, jugarse la vida a la carrera por no esperar un minuto, invadir las calzadas y los, escasos, carriles bici, etc. ¿Lo hacen todos? ¡No, por supuesto! Pero a que fastidia que se generalice... Pues eso pasa con la bicicleta en la ciudad. Me gustaría que estas personas tan indignadas también lo estuviesen con el resto de peatones que se saltan las normas.
Ciclistas en las aceras los hay, y a algunos los he sufrido haciendo lo que no deben y casi me han atropellado (pero lo mismo me ha pasado con muchos cochecitos de bebé). Es recriminable, sí y desde aquí quiero pedir a aquellos que lo hacen que dejen de hacerlo. Últimamente hay demasiadas bicicletas en las aceras de Ciudad Real. Y no en aceras vacías, sino en aceras llenas de personas. Por favor, si tienes que circular por ahí, bájate de la bici.
Pero en este caso, la incultura, a parte de teñirse de generalización, es, muchas veces por falta de información. Existen zonas compartidas por peatones y ciclistas en las que la convivencia puede ser más que normal (se hace en decenas de países), pero que ni están señalizadas ni se conoce su uso mixto por parte de los ciudadanos: me refiero a parques y zonas semipeatonales o de tránsito restringido. Es algo tan sencillo como esto:
Los ciclistas urbanos se sienten más cerca del peatón que del coche, respetan su entorno y la calidad de su aire. En las zonas compartidas hay sitio para todos si todos cedemos un poco en esos, mal comprendidos, privilegios adquiridos y,así, alejaremos los humos del centro de las ciudades. Por favor, respeto y comprensión por ambas partes. Ocurre en las vías verdes, también puede ocurrir en las ciudades.
Pero aún más grave es la incultura institucional. Ésta es más consciente y ocurre muy a menudo.
A nivel institucional la bicicleta es un bicho raro a ignorar en unos casos o a contentar con caramelitos en otro.
Hasta hace muy poco, con la nueva Ley de Seguridad Vial, las pocas referencias a la bicicleta la consideraban como un vehículo cualquiera, con sus mismas obligaciones y derechos. Pero, como todo vehículo, tiene sus peculiaridades que, en nuestro caso son: en cuanto a lo, digamos, negativo, relativa lentitud y fragilidad. Y en cuanto a lo positivo no necesitamos grandes espacios, no producimos ruido ni gases (bueno... depende de lo que hayas comido...) y nos transformamos en un peatón con sólo un saltito.
Por lo tanto, no se nos puede comparar con un coche, camión o autobús. Si existe legislación específica para vehículos especiales, ¿por qué no para nosotros?
A parte de la carencia de legislación, cuando esta existe, no se da a conocer a la sociedad. Es el caso que he apuntado antes: si podemos circular por parques y jardines, ¿por qué no se señaliza? ¿Es quizá miedo a que se sepa?
Pero casi más sangrante es el caso de intentar contentarnos con golosinas para que sigamos siendo esa máquina para hacer deporte y no un medio de movilidad. Me refiero a esto:
Vía ciclista de ocio en la Universidad de Ciudad Real.
Vía ciclista de ocio en Carrión de Calatrava. Sin conexión con la calzada, al terminar en esta rotonda y estar rodeada de vallas.
Carril de ocio en el Paseo Marítimo de Mojácar. Termina en el muro del fondo.
¡Pero si ya hemos construído carriles bici! ¿Qué más queréis?
Pues mire: queremos que realmente sirvan para ir de A a B, que no quiten espacio a los peatones sino a los coches, que, si no caben, se pacifique el tráfico y se dé prioridad a las bicicletas, que conecten con vías de tránsito y con medios de transporte colectivos en los que podamos subir nuestras bicis, que existan aparcamientos delante de los principales centros públicos (que donde cabe un coche aparcan diez bicicletas)... Esto que hace: ciudades más humanas.
¿Es mucho pedir? Pues parece que sí.
En definitiva, que estamos aquí para quedarnos, que cada vez somos más, que nuestras reivindicaciones son lógicas y están desarrolladas en otros países y que, ni todos somos santos ni todos demonios, pero el resto tampoco.
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