Molino de viento en Brujas, Bélgica.
El ser humano tiene la estúpida tendencia a renegar de sus propios logros del pasado y desecharlos para el desarrollo futuro.
En esta misma tendencia de pensamiento se encuentran aquellos que consideran a la bicicleta un artilugio del pasado y que no le ven ningún futuro en el desarrollo de los medios de transporte. Lo consideran una involución perjudical para la marcha del crecimiento constante y el despilfarro de recursos que han marcado el último siglo y medio.
Pero la tendencia a obviar los logros de ingeniería humanos considerados obsoletos está cambiando, con matices y ajustándose a las nuevas tecnologías, pero rescatando aquello que se dejó en el olvido por el mero hecho de que se creía haber descubierto algo mejor.
Sirvan para ilustrar esta afirmación los siguientes ejemplos:
Los aerogeneradores forman ahora parte de todos nuestros paisajes y, con sus contras, están marcando el futuro de la energía eléctrica en el mundo. Y digo yo, ¿no son acaso estos nuevos molinos de viento los herederos de una tecnología que, durante siglos, sirvió para mover muchas industrias humanas? ¿Acaso no es una forma de echar la vista atrás y aprovechar una tecnología que sigue siendo válida? En la misma línea está la recuperación de las pequeñas centrales hidroeléctricas locales, desechadas hace décadas porque su producción no era la suficiente, pero capaces de abastecer a pequeñas poblaciones.
¿Y acaso, bajo el rimbombante nombre de biomasa no se oculta la leña y paja de toda la vida?
Otro ejemplo de tecnología reutilizada se encuentra en las velas de los barcos. Se han seguido utilizando los veleros en el mundo, pero casi exclusivamente como aparatos de recreo. Pero el avance de las tecnologías han permitido que superpetroleros se apoyen en la fuerza del viento, mediante un parapente, para ahorrar combustible en sus desplazamientos. Nuevas tecnologías, viejos usos.
Otro claro caso de volver a nuestras raíces se encuentra en el auge que está sufriendo la agricultura ecológica en los últimos años (un aumento anual del 30%) frente al declive que sufre la agricultura industrial. No todo se basa en el beneficio, la gente necesita garantías y el suelo cultivable ya no soporta más productos de síntesis.
Frenar el desarrollo desmesurado, pararnos a reflexionar, y echar la vista atrás nos puede llevar a un progreso por involución. La exigua premisa del crecimiento a pesar de todo ya no es válida. Estamos bastante hartos.
Del mismo modo, nuestras ciudades se han convertido en monstruos que han olvidado a sus habitantes, donando toda su energía a los coches, abriendo nuevas vías a la cultura de la prisa y el cabreo. Como dice hoy en una entrevista el arquitecto Kenneth Frampton: "El automóvil es el invento más apocalíptico de todos los tiempos. Más aún que la bomba atómica".
La bicicleta, ese objeto del pasado, puede proporcionar un futuro mucho más humano a nuestras urbes, sin ruidos, contaminación ni prisas, y con la misma forma de movilidad (o incluso mejor) privada que puede darnos un coche.
No se trata de volver a la Éra de las Cavernas, como predican los devoradores de tecnología pasada, se trata de volver a la Éra de las Personas.
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