Hoy, yendo del trabajo a casa, mientras esperaba en un semáforo, me he dedicado a algo que no había hecho antes y es a mirar hacia arriba. Me encontraba en una calle rodeada de edificios y es curioso lo poco que nos fijamos en las fachadas de nuestra ciudad, tan arriba, tan ocultas, con sus curiosidades almacenadas en sus balcones, sus feos aparatos de aire acondicionado y esos detalles del arquitecto que ya nadie ve.
Pues bien, estando de esta guisa, se me ha venido a la cabeza que mucha culpa de que no contemplemos las alturas de nuestras ciudades la tiene el coche. ¡Ya empezamos!, pensarán algunos, ¡la culpa de todo la tiene el coche! Pues resulta que en este caso sí.
Nos venden como algo espectacular los coches con techo panorámico, con parabrisas sobredimensionados y otras lindezas que permiten ver lo que nos sobrepasa. Pero la mayoría de vehículos a motor nos cortan la visión de lo que acontece por encima de nosotros: el vuelo de un pájaro, las estrellas, las copas de los árboles...
Con lo sencillo que es desplzarse sin estar dentro de una caja, con visión de 180º tanto lateral como superior, sin esos montantes de puertas que generan ángulos muertos... Yo cada vez lo sufro más cuando voy en coche. Habrá quien no se lo crea, pero desde una bici se tiene mucha mejor visibilidad en los cruces, pasos de peatones, etc. Nada estorba, nada te impide, no sólo ver, sino observar.
Y si alguna vez me interesa saber lo que pasa detrás de mí, ya pondré un retrovisor.
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