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martes, 24 de abril de 2012

A rey muerto, rey puesto... O república.

La eterna crisis, la subida de los precios del petróleo, el calentamiento global, la subida del transporte público, la dependencia energética...
La lista podría seguir y seguir durante un rato y podría contener suficientes razones como para que se produjese un cambio de mentalidad generalizado. Pero se nos da muy bien la queja fácil de corro y pasillo pero poco el cambio de hábitos. La estúpida resignación parece que dirige nuestras vidas. Quién no ha visto los reportajes de noticias cada vez que se produce una subida histórica de la gasolina: un enfadado pero resignado ciudadano se queja del precio mientras sigue apretando uno de los gatillos (el de la manguera del surtidor) que tiene atenazado a nuestro mundo. Que no digo yo que para alguno de los que salen sea imprescindible (de momento), pero para la inmensa mayoría es un lujo prescindible al que no están dispuestos a renunciar. Despegar el culo del asiento del coche no es negociable. Mientras tanto, se penaliza el transporte público y se intenta devolver nuevos adeptos al vehículo particular.
Pero con el resto de los condicionantes pasa igual, en lugar de pararnos a pensar y desarrollar métodos energéticos autosuficientes y limpios, medios de transporte racionales, económicos y sanos, que satisfagan las necesidades sin hundir la economía y la calidad de vida ciudadanas, nos aferramos al rey muerto, que cual Cid Campeador atado a la silla de Babieca no nos permite ver más allá de nuestras egoístas narices.
Hay razones más que suficientes para un cambio de rumbo. Los poderes económicos y políticos no están por la labor mientras la deuda, en todos los sentidos, sigue creciendo exponencialmente en aras del crecimiento ficticio. Pero mucha de esa culpa la tenemos también nosotros, los de a pie de calle, por la pasividad y la auto-complacencia (ésta tiene doble sentido) y por no ser capaces de cambiar el siglo del reinado del transporte insostenible por una república de alternativas que están hoy al alcance de nuestra mano, como la maravillosa bicicleta. No se trata de encumbrar a un nuevo rey, sino de racionalizar y democratizar nuestra energía y nuestra forma de movernos, sin dependencias irracionales externas, sin humos, sin ruidos, con salud, sin deterioros. Con cabeza.


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