Todas las alarmas saltan cuando una nueva supuesta pandemia se anuncia a bombo y platillo en los medios de comunicación. Una hipocondría colectiva se desata y se toman todos los medios preventivos que las autoridades recomiendan, incluso si se trata de estornudar dentro de una bolsa o destrozarse la piel de las manos con los agresivos limpiadores alcohólicos sin agua. Los colegios miran mal a los niños resfriados y sus precursores, los laboratorios farmacéuticos, obtienen pingües beneficios.
Estas supuestas pandemias, en la última década hemos tenido casi una al año, ponen en alerta a la población mundial ante la terrible amenaza de muertes masivas y, de una forma u otra, se les pone coto. Al final, sea por esta anticipación o porque en realidad no era tal, el número de muertes se reduce a personas ya enfermas que no superan unos cuantos miles en todo el planeta.
En la pequeña Hong Kong, por poner un ejemplo, cuyo aire triplica los niveles de contaminación de Londres y se sale de todos los márgenes admitidos por la OMS, mueren al año unas mil personas debido sólo a esa contaminación y no se ponen medidas contra esa pandemia real y perpetua. ¿Por qué el mundo no se vuelve hipocondríaco ante esta espiral sin fin de colapso circulatorio? ¿Por qué no se limpian las arterias de las ciudades de este colesterol corrosivo? Pues por lo de siempre...
Pedalea para ser parte de la solución, no del problema.
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