Siempre defenderé que, por encima de todo lo demás, lo que necesitamos aquí es educación vial. Pero no educación vial en el sentido de conocer las señales de tráfico y las normas generales, sino la educación vial que se basa, primero, en el respeto a los demás usuarios de la vía y segundo en el más estricto sentido común para proteger la vida de todos los que convivimos en las calles, dejando a un lado la prepotencia, las prisas y la estupidez (¡ardua tarea!).
Pero incluso consiguiendo ésto, en el país de la mal llamada picaresca cuando queremos decir desobediencia, fraude y corrupción (ahí queda eso), los condicionamientos mentales de las decisiones primitivas del cerebro son algo difícil de obviar. Desde pequeños, se nos ha inculcado que, por ejemplo, la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. Partiendo de ésta base, ¿quién puede resistirse a circular unos cuantos metros por dirección prohibida o por encima de una acera para evitar una vuelta de dos o tres calles? O, si no viene nadie, ¿por qué esperar en ese semáforo que se hace eterno y que luego no te deja ni tiempo para cruzar, porque no está diseñado para vehículos lentos?
Ahí es donde se necesita un duro entrenamiento psicológico, casi moral podría decirse, de un comportamiento intachable y contranatura de los instintos primigenios.... O simplemente un cambio de perspectiva.
¿Por qué luchar contra la intuición básica del usuario de la bicicleta cuando no se impone al peatón? Hagámoslo más sencillo: creemos normas e infraestructuras que hagan estos comportamientos "legales".
Por ejemplo, la generalización de las calles de doble dirección para bicicletas y un único sentido para vehículos a motor es un uso racional, sencillo y barato, muy extendido en otros países. Estas vías penalizan el tráfico a motor frente a la bicicleta (y ciclomotores en la mayoría de los casos) y trasladan a los primeros la dificultad de ir de A a B pasando por C y D. Agilizan el uso de los pedales asimilándolo al caminar y no al "conducir".
Otro debate en plena efervescencia es el de la posibilidad de evitar los semáforos cuando se pretende realizar un giro a la derecha. Desconozco la situación actual de los proyectos piloto que se están realizando sobre este tema, pero el problema es que son sólo proyectos piloto. La necesidad de realizar una maniobra, en principio segura, evitando hacerlo a la vez que el tráfico a motor es otro condicionamiento psicológico primigenio. En Copenhague está en marcha una campaña de persecución de estos comportamientos. Allí está prohibido para las bicicletas girar a la derecha con el semáforo en rojo, aunque no venga nadie por la izquierda. Muchos ciclistas comenzaron entonces a realizar ese giro subidos a la acera, y así evitar la espera. El consistorio comenzó a sancionar esta actitud, pero no a poner soluciones.
Sin embargo, en los Países Bajos, este pequeño problema está solucionado hace décadas, convirtiendo en inútil este debate sobre la utilización de los semáforos como simples ceda el paso. Las bancadas en la calzada, permiten que no haya que esperar para girar a la derecha en los cruces. Simplemente, la vía continúa por ahí sin cortes, mientras que los vehículos a motor deben realizar la maniobra de forma tradicional.
Modelo danés de cruce con semáforo.
Modelo holandés sin esperas.
En resumen, primero respeto, luego concienciación y, con una pequeña y barata ayuda, potenciar la circulación ágil de los vehículos a pedales, sin ir contra natura.
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