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sábado, 12 de enero de 2013

El catalizador de gases. La promesa incumplida.

Hoy quiero hablaros de esa supuesta panacea de la ingeniería adayacente al motor de explosión (sólo el nombre ya da grima) que es el catalizador de gases de escape de los vehículos de gasolina.
Este aparatito, situado en el colector de salida de gases (léase tubo de escape), tiene la muy noble función de transformar los gases nocivos, como el monóxido de carbono, el óxido nitroso, etc. en dióxido de carbono y agua, además de eliminar aquellos restos de combustible no quemados por el motor y emitir oxígeno y nitrógeno, ambos gases inócuos y que están presentes en el aire respirable.
La catálisis se realiza a través de miles de pequeños tubitos que, impregandos de metales nobles disocian las moléculas en oxígeno, nitrógeno y carbono y las vuelven a recombinar para emitir gases menos nocivos. Para ver su funcionamiento más en detalle, podéis pinchar aqui.
Hasta ahí todo correcto, si exceptuamos el dióxido de carbono, que no es muy recomendable que digamos. ¡Qué maravilla! ¡Qué gran invento!
Pero ésto es sólo un catalizador a nivel académico. La realidad de su funcionamiento es muy distinta.
El catalizador sólo realiza estas maravillas con un reglaje óptimo del motor, cosa que nadie tiene. Un filtro de aire gastado o una mala mezcla en la combustión lo hacen casi inútil. Además, y lo más grave y común, es que su función sólo se produce en un rango de temperaturas de entre 400 y 800 grados centígrados, temperatura que sólo se alcanza, según los expertos, cuando el vehículo lleva recorridos unos 10 kilómetros. Mientras esto sucede, el motor contamina más de lo normal y los gases llegan a la atmósfera cargados de partículas de combustible sin quemar. El caso es que, ¿cuántos desplazamientos se realizan a diario por debajo de estos kilómetros en nuestras ciudades? ¿Casi todos? ¡Pues sí! Por lo que su eficacia no llega casi nunca a utilizarse. Si a eso le añades el sobrecalentamiento del mismo, que no sólo anula su eficiencia sino que puede llegar a fundirlo y causar una grave avería, cuando un vehículo se encuentra en un atasco, realmente, en ciudad, ¿para qué sirve?
Lo mejor, por lo tanto, es lo de siempre: evita esos desplazamientos inútiles a motor por debajo de los 6, 3 o incluso 1 kilómetros y camina, pedalea o usa el tranporte público (si tu bolsillo lo permite). Es la forma más eficiente de moverse por ciudad, y que el dióxido de carbono emitido a la atmósfera sea sólo el de tu propia respiración.

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