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jueves, 16 de enero de 2014

Amiga del Alma.

Todos sabemos que vivimos en un mundo en el que el consumismo campa a sus anchas, en el que un diseño, una idea o un producto debe renovarse cada poco tiempo para seguir teniendo una cuota de mercado sobre un público voraz de nuevas sensaciones inducidas.
Atrás quedaron los años en los que un mismo diseño, que funcionaba y era útil, se fabricaba durante décadas. El desapego ha arraigado tan profundamente en nuestra sociedad que miles de toneladas de basura aún útil se agolpan en los vertederos del olvido y de la obsolescencia adquirida o programada.
Los móviles, ordenadores y demás aparatos tecnológicos deben renovarse cada vez cada menos tiempo. Es a lo que nos induce la vorágine.
Pero hay algo en este mundo que se salva de esa quema, y cada vez más, pues se recuperan recuerdos familiares y se vuelven a poner en circulación. Una máquina a la que se le pone nombre, se adapta al gusto de su compañero y se personaliza. Un bien común que duele mucho cuando desaparece en manos de los amigos de lo ajeno. Más de lo normal.
Un apego que bien aprecian aquellos que comparten sus alegrías y sufrimientos cada día, que se dedican a recorrer las ciudades sobre ellas y que consideran que no existe otra igual. Es esa Amiga del Alma sin la que no sabrías cómo estar, de las que habrá de mayor precio, con mejor tecnología y con características superiores, pero no son Ella.
Yo, tengo varias de éstas, que me dolerían profundamente, que guardan recuerdos de 60 años o de 2, pero quiero que este homenaje vaya para la bici con la que llevo casi 24 años moviéndome por este mundo, transformada, embellecida y cuidada pero no como una pieza de museo, porque es útil. Casi nunca limpia, pero siempre a punto. Mi Amiga del Alma.


Puede que en otras culturas sea un bien de consumo más (sólo en Ámsterdam se venden 1.000.000 de bicis al año), puede que quienes las usen para el deporte siempre quieran estar un paso por delante, pero para mí y mucha más gente son parte de las raíces familiares.

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