Muchas veces, la ignorancia y el desconocimiento sobre algo trae implícitamente o bien obviarlo o bien poner en mano de otros ignorantes el desarrollo del problema. Y esto demuestra que en todos los ámbitos de la vida, la desconexión entre unas partes y otras de la sociedad crea guetos mentales, a veces, insalvables.
Y es que si la clase política, salvo honrosas excepciones, sólo se ve atraída por la llama de la megalomanía mal van a poder desarrollar unas infraestructuras y condiciones idóneas para la promoción de la bicicleta en nuestras ciudades.
Cada cierto tiempo nos sorprenden con macroestructuras aislantes, altamente segregadoras y de difícil concepción, dignas de los más altos faraones egipcios, que de seguro, si llegaran a realizarse, llenarían los bolsillos de alguien sin prestar un verdadero servicio. Véanse en este caso las propuestas de "autopistas" elevadas para ciclistas y peatones de Norman Foster que pretenden conectar el Gran Londres con la periferia.
Pero no sólo de políticos se alimenta este concepto sesgado de la sociedad ciclista. ConBici, la Coordinadora Nacional de la Bicicleta, ha remitido un escrito a la dirección de los supermercados Mercadona, solicitando la instalación de aparcabicis en todos sus establecimientos, para favorecer el acceso a la compra de aquellas personas que han decidido que éste sea su medio de transporte cotidiano. Según relata la propia ConBici, dentro de la respuesta telefónica, el sr. Joan Gili, alto responsable de la cadena, se extrañaba de que alguien pudiera ir a hacer la compra en bicicleta y realta incongruencias tales como que sólo se estaban instalando aparcamientos para bicicletas en aquellos lugares en los que la población extranjera era mayoritaria (¿Los españoles no tenemos derecho a usar la bici?).
Casos de éstos demuestran la poca conexión existente entre la realidad de la calle y los despachos, cuanto más altos peor.
Muchas veces, por no decir todas, sólo hay que pararse un momento y mirar alrededor. Salir del gueto y abrir la mente. Mirar un poco más allá de los propios pies y sentarse en un banco de un parque. Quizá así, se vea que todo es bastante más sencillo, que tenemos las mismas necesidades y anhelos que los demás, que vivimos, compramos, vamos de un sitio a otro, visitamos gente, y no nos dedicamos sólo a movernos por aceras pintadas en aquellos lugares en que a toros les interesa que estemos.
Y es que si la clase política, salvo honrosas excepciones, sólo se ve atraída por la llama de la megalomanía mal van a poder desarrollar unas infraestructuras y condiciones idóneas para la promoción de la bicicleta en nuestras ciudades.
Cada cierto tiempo nos sorprenden con macroestructuras aislantes, altamente segregadoras y de difícil concepción, dignas de los más altos faraones egipcios, que de seguro, si llegaran a realizarse, llenarían los bolsillos de alguien sin prestar un verdadero servicio. Véanse en este caso las propuestas de "autopistas" elevadas para ciclistas y peatones de Norman Foster que pretenden conectar el Gran Londres con la periferia.
Pero no sólo de políticos se alimenta este concepto sesgado de la sociedad ciclista. ConBici, la Coordinadora Nacional de la Bicicleta, ha remitido un escrito a la dirección de los supermercados Mercadona, solicitando la instalación de aparcabicis en todos sus establecimientos, para favorecer el acceso a la compra de aquellas personas que han decidido que éste sea su medio de transporte cotidiano. Según relata la propia ConBici, dentro de la respuesta telefónica, el sr. Joan Gili, alto responsable de la cadena, se extrañaba de que alguien pudiera ir a hacer la compra en bicicleta y realta incongruencias tales como que sólo se estaban instalando aparcamientos para bicicletas en aquellos lugares en los que la población extranjera era mayoritaria (¿Los españoles no tenemos derecho a usar la bici?).
Casos de éstos demuestran la poca conexión existente entre la realidad de la calle y los despachos, cuanto más altos peor.
Muchas veces, por no decir todas, sólo hay que pararse un momento y mirar alrededor. Salir del gueto y abrir la mente. Mirar un poco más allá de los propios pies y sentarse en un banco de un parque. Quizá así, se vea que todo es bastante más sencillo, que tenemos las mismas necesidades y anhelos que los demás, que vivimos, compramos, vamos de un sitio a otro, visitamos gente, y no nos dedicamos sólo a movernos por aceras pintadas en aquellos lugares en que a toros les interesa que estemos.
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