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miércoles, 14 de enero de 2015

Pedalear tranquilo.

Hay una máxima muy común en cuanto al uso de la bicicleta, sobre todo en España, y es que se puede pedalear sin problemas por cualquier sitio. Y en cierto modo es verdad pero...
Lo que es muy difícil de conseguir es un pedaleo "a tu aire", sin condicionamientos, sin restricciones y sin adaptaciones al medio de transporte dominante, el coche. Porque una cosa es dar un paseo en bicicleta por lugares muy concretos, alejados del tráfico general, y otra muy distinta es desplazarse en bicicleta de forma cotidiana para realizar las mismas tareas que el resto de usuarios de la vía: ir al trabajo, a la compra, al cole...
Y este segundo modo de uso de la bicicleta no tiene por qué ser tampoco una contrareloj. Hoy en día, cuanto más te adaptas a velocidades, situaciones e imposiciones de los vehículos a motor, más fluidamente te camuflas entre el tráfico. Tampoco obtienes su respeto, pero te haces menos molesto. Esto deriva en que la única circulación ciclista admitida sea la denominada vehicular, con altas velocidades, cambios de carril rápidos, conducción defensiva-agresiva, etc.
Pero si lo que pretendes es pedalear a tu ritmo, bien porque te es cómodo, te apetece, eres una persona mayor, un niño, tienes problemas de movilidad o mil cosas más la cosa cambia. Ya te conviertes en un estorbo, en una lentitud insoportable para los del derecho a la velocidad y la ocupación de las ciudades.
Puede que existan ciudades más adaptadas (eso dicen de Copenhague) o méjor diseñadas para tal fin, pero en mi opinión son los holandeses los que se llevan la palma en este tema: bicis de "a dos" con alguien sentado de medio lado en el trasportín (¡sí, como aquí hasta los 80!), auriculares, conversaciones por el móvil, pedaleo paralelo en parejas mientras conversas, paraguas en una mano, bebida y comida durante el pedaleo... Algo normal en una cultura de la bicicleta establecida.
¿Y cómo se consigue esto? Lo primero con una educación vial que se mama desde el colegio. Lo segundo con vías priorizadas sin cruces peligrosos, sin tener que esperar en los giros de semáforos, con anchura suficiente para veloces y no veloces, con calles de tráfico calmado real y con una estructura y diseño que evitan que se puedan alcanzar grandes velocidades, y, por último, con unos conductores que más que respetar casi temen a la poderosa bicicleta.
Así sí se puede pedalear tranquilo. Porque unos días apaetece correr, pero otros no y es la ciudad la que debe adaptarse al ritmo de todos y no una gran mayoría adaptarse a los dictados de unos pocos.

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