Salvando las enormes distancias que existen entre un ser vivo y una máquina, tras las "fiestas" de Navidad y la vorágine consumista del regalo, hay una cosa que está bastante clara y que muchas veces cruza la línea entre el capricho y el deseo.
El día de reyes daba gusto ver a la gente por la calle con sus nuevas y brillantes bicicletas. La cara de felicidad de esos niños, el orgullo con se movían en ellas los adultos. ¡Ya tengo bici nueva! Y el problema es hacer perdurar en el tiempo esa ilusión. Pasa igual con esos pobres animales que conviven con nosotros, se tratan como un regalo ilusionante y se olvidan en cuanto la costumbre o el deber se cruzan en nuestro camino.
Tanto en un caso como, en mucha mayor medida, en el otro el abandono no debe ser nunca una opción. Un ser vivo es una vida a cuidar, a querer y a proteger, no un juguete que se desdeña por aburrimiento.
Una bicicleta es... Bueno, una bici es una bici. Una máquina que te dará salud, satisfacción y compañerismo durante muuuuchos años. Darle la oportunidad de demostrarlo es una obligación.
Abandonar a un ser vivo, un animalito que ha depositado toda su confianza en nosotros es, directamente, un crimen. Abandonar una bicicleta es, sinceramente, de necios.
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