Hoy os quiero contar una historia que viví ayer.
Fui al maravilloso pero saturado de gente Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, ese vergel de agua en el medio de la árida Mancha. Para quien no lo conozca, situadas entre las provincias de Ciudad Real y Albacete, lo recomiendo encarecidamente, pero procurad ir a partir del mes de Septiembre. Menos gente y más paz.
Pues bien. La carretera que transcurre por el parque es, en algunos tramos, casi insuficiente para que se crucen dos coches. Aún así, había bastantes personas circulando en bicicleta, sorteando a las decenas de peatones que caminaban por los márgenes del asfalto y entre los cientos de coches que pululan arriba y abajo durante todo el día.
Cuando regresamos a casa, a eso de las 10 de la noche, nos cruzamos con un grupo de unos cuatro inconscientes ciclistas, niños incluídos, que, singún tipo de iluminación, circulaban en plena oscuridad por la carretera y que solamente gracias a los catadióptricos de los pedales pude ver. Gracias a que coincidimos en uno de los cortos tramos rectos (la carretera se extiende sinuosa entre las lagunas). Si llega a ser en una de las abundantes curvas sin visiblidad hubiese sido bastante más difícil verlos. La gente no es consciente de lo importante que es la iluminación en cualquier vehículo, aparte de obligatoria. No merece la pena jugarte la vida por unos cuantos cochinos euros. No hace falta una iluminación extrema, pero sí la suficiente para ser visto.
Pero volviendo al título de la entrada. Parece increible, aunque ya lo había comprobado en otras ocasiones, lo efectivos que son los reflectantes de los pedales. Más incluso que el trasero. No sólo dan un brillo especial en las oscuridad sino que, al balancearse con el pedaleo, ya advierten de que lo que se aproxima es una bici.
Poned luces, ¡pero ya! y, si nos los tenéis, cambiad los pedales por unos con catadióptricos. Os pueden ayudar a salvar la vida.
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