Esta mañana he venido al trabajo con un tráfico menor del habitual, normal para las fechas que estamos. Me han adelantado y me he cruzado con pocos coches, que sabes que se aproximan, aunque no los veas, por el ruido que producen.
Pero al llegar al centro de mi ciudad, callejeando cerca de mi trabajo, el tráfico a motor era nulo y es entonces cuando te das cuenta de lo que es realmente el silencio. Sólo me he cruzado con otras dos bicicletas (una de ellas la de Toñi, como casi todos los días), en total tres bicicletas alrededor de un cruce en un tráfico silencioso, sin molestar a los que dormían, sin apenas hacernos notar, imperceptibles. Y ésto, que a priori es una ventaja y demuestra que no sólo no polucionamos sino que tampoco producimos contaminación acústica, también tiene una desventaja producida por la falta de costumbre y es que todos estamos acostumbrados al tráfico ruidoso y por esas señales acústicas cruzamos la calle casi sin mirar, sabemos si un coche sale de una cochera, etc.
Cuando uno pedalea por Amsterdam u otras ciudades similares se da cuenta de que hay un continuo sonido de timbres de bicicleta, como si de un NY a un cuarto de decibelios se tratase. Pero es que, si no es así, el tráfico silencioso tendría problemas de circulación, incluso entre las propias bicicletas a la hora de adelantar y, sobre todo con los peatones.
Siendo esto así, y teniendo que llevar y utilizar el timbre, sigo prefiriendo, de lejos, el tráfico silencioso...
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