El otro día leía un comentario en un blog, la verdad no recuerdo en cuál, de una persona que decía que le daban pánico las bicicletas circulando por el carril bici de su ciudad. Que no sabía qué le daba más miedo si las dos o las cuatro ruedas.
Este miedo de algunos peatones, que parecen ver a los ciclistas, aunque no circulen por una acera u otros lugares prohibidos, como a algun tipo de animal cuadrúpedo que no piensa ni reacciona ante su entorno, es irracional y deriba de que el ser humano es un animal de costumbres y todo lo nuevo o lo que no le cuadra produce, si no miedo, por lo menos reparo.
Pero en cierto sentido lo entiendo, porque yo sufro de algunos de esos miedos irracionales cuando voy por una acera y veo acercarse a una persona conduciendo un cochecito de bebe por ella, utilizándolo de ariete para abrirse paso, pasando a escasos centímetros de las piernas de los viandantes y parándose de repente en seco para recolocar por enésima vez esa camiseta que se dobla. Lo mismo me ocurre con los vehículos eléctricos de minusválidos, que se desplazan a cerca de 10 km./h. por las aceras y que suelen llevar un objetivo fijo del que no se apartan. Y, mi miedo irracional más sangrante, es encontrarme con alguien dando balonazos por una calle. Sabes que no va a dejar de hacerlo cuando tú pases y te temes que acabarás con el dolor que produce el balonazo en la cara.
Cada uno tenemos nuestros miedos. Los que he descrito anteriormente se consideran cotidianos y necesarios porque son algo común y las personas que realizan esas actividades tienen todo el derecho del mundo a hacerlas (los ciclistas también a circular). Y no digamos de los coches. Está tan asumido que moles de más de mil kilos circulen a escasos pasos de nosotros que muchas veces ese miedo que deberían provocar se diluye en la cotidianidad.
Pero los ciclistas urbanos son algo nuevo, algo que está poco a poco invadiendo nuestras calles y que despierta el temor a lo desconocido.
Aunque, haciendo otra reflexión sobre la lectura del comentario, ¿podría referirse a esas, tan de moda, aceras bici que crecen como hongos y sin estudios de seguridad ni viabilidad en nuestras ciudades y que roban espacio al peatón? ¿No será que esta persona, acostumbrada a utilizar todos los metros de su acera hasta el bordillo, sienta ahora que puede invadir el espacio ciclista sin darse cuenta y ser atropellado? En este caso, el miedo pasa a ser racional y lógico.
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