Vistos desde la calzada, estas columnas de señalización vial presentan, normalmente tres discos luminosos de colores. El situado más abajo, de color verde, permite el paso a los vehículos que circulan en esa dirección ante una intersección u otro tipo de obstáculo. Situado en su centro, una luz de color ambar suele avisar a los vehículos a motor de que hay que acelerar a tope porque pronto va a cambiar la situación del semáforo, para llegar a la línea de cruce con éste cuando ya se ha encendido el tercer disco luminoso, el rojo. Esta luz, situada en su parte superior, prohibe a los conductores revasar el semáforo y, por ende, el cruce que regula, no sin antes dejar una cuota de paso que es directamente proporcional al número de carriles de la vía y al número de vehículos necesarios para bloquear la intersección perpendicular a ésta.
Vistas desde la acera, estas señales verticales suelen presentar dos muñequitos luminosos, uno verde y otro rojo.
El primero de ellos sirve para, tras la couta de paso de vehículos tras el disco rojo de la calzada, poder cruzar corriendo hasta la acera de enfrente en los escasos segundos restantes. El color rojo indica que hay dos tipos de viandantes: una serie de tontos que esperan a que el muñequito cambie a verde antes de cruzar y unos cuantos listos que, tras mirar a ambos lados cruzan la calzada exponiéndose a que venga un vehículo que no han visto. En su gran mayoría, estos últimos suelen tener una edad suficiente para, además de estar jubilados, tener mermados todos sus reflejos...
Y hablando de la bicicleta, últimamente tengo la sensación de que, en ambas ciudades entre las que me muevo, también los semáforos tienen esa capacidad de diferenciación entre los que nos desplazamos sobre dos ruedas: está el tonto (lease yo) y el resto que utilizan los semáforos en rojo para serpentear entre los coches y yo, saltárselo y hacer equilibrios propios de la BMX para esperar hasta que haya un hueco en el cruce y pasar. Y esto realmente me cabrea, no sólo por el peligro y la falta de educación vial que supone, sino porque, aunque generalizar es de ignorantes, siempre los que nos saltamos los semáforos somos los de las bicicletas. Lo demás es normal y está asumido, pero por culpa de esos, somos los de las bicicletas los que no respetamos las normas.
Espero que este artículo tan sarcástico como real a la hora de dibujar el uso que se hace de este tipo de señalización, sirva para concienciar A TODOS de que hay que respetar los semáforos, que están ahí para algo, que la educación y el respeto vial son esenciales y que, si somos tráfico y como tal nos sentimos, tenemos que respetar sus reglas para bien o para mal y ya conduzcamos un coche, caminemos o pedaleemos, los semáforos están para todos. Incluso, como en la foto de cabecera del artículo, en vías propias y aunque la, por venir, nueva Ley de Tráfico nos dé un estatus preferencial, seguirá habiéndolos.
Vistas desde la acera, estas señales verticales suelen presentar dos muñequitos luminosos, uno verde y otro rojo.
El primero de ellos sirve para, tras la couta de paso de vehículos tras el disco rojo de la calzada, poder cruzar corriendo hasta la acera de enfrente en los escasos segundos restantes. El color rojo indica que hay dos tipos de viandantes: una serie de tontos que esperan a que el muñequito cambie a verde antes de cruzar y unos cuantos listos que, tras mirar a ambos lados cruzan la calzada exponiéndose a que venga un vehículo que no han visto. En su gran mayoría, estos últimos suelen tener una edad suficiente para, además de estar jubilados, tener mermados todos sus reflejos...
Y hablando de la bicicleta, últimamente tengo la sensación de que, en ambas ciudades entre las que me muevo, también los semáforos tienen esa capacidad de diferenciación entre los que nos desplazamos sobre dos ruedas: está el tonto (lease yo) y el resto que utilizan los semáforos en rojo para serpentear entre los coches y yo, saltárselo y hacer equilibrios propios de la BMX para esperar hasta que haya un hueco en el cruce y pasar. Y esto realmente me cabrea, no sólo por el peligro y la falta de educación vial que supone, sino porque, aunque generalizar es de ignorantes, siempre los que nos saltamos los semáforos somos los de las bicicletas. Lo demás es normal y está asumido, pero por culpa de esos, somos los de las bicicletas los que no respetamos las normas.
Espero que este artículo tan sarcástico como real a la hora de dibujar el uso que se hace de este tipo de señalización, sirva para concienciar A TODOS de que hay que respetar los semáforos, que están ahí para algo, que la educación y el respeto vial son esenciales y que, si somos tráfico y como tal nos sentimos, tenemos que respetar sus reglas para bien o para mal y ya conduzcamos un coche, caminemos o pedaleemos, los semáforos están para todos. Incluso, como en la foto de cabecera del artículo, en vías propias y aunque la, por venir, nueva Ley de Tráfico nos dé un estatus preferencial, seguirá habiéndolos.
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