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sábado, 14 de abril de 2012

No es bici todo lo que reluce.

A todos nos gusta tener una bici bonita, que llame la atención, con lo último, llena de complementos y muy cuidada. Pero cuando una bicicleta se convierte en un medio de transporte diario y se usa, o casi, para todo, los elementos superfluos pasan a un segundo plano, sobre todo, si la bicicleta tiene que pasar muchas horas, o incluso dormir, en la calle.
Aquí es donde empiezan a verse las diferencias entre una bici cotidiana y una de ocio o uso esporádico. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que los que la usamos con mucha frecuencia tengamos una bicicleta descuidada y cutre pero el miedo a los robos y al deterioro por intemperie las convierte en máquinas más sencillas. Las alforjas, para los que nos son imprescindibles y que vayan fijas al portaequipajes, los añadidos tecnológicos, pues también, que luego hay que andar desmontando media bici en los aparcamientos. Por otro lado, la limpieza, aunque no estoy diciendo que no se haga a menudo, no es igual que en aquella bici de domingo. Si no brilla, llamará menos la atención y, además, dentro de un rato volverá a coger el polvo de las calles, los salpicones de los charcos y el humo de los coches.
Y hablando de llamar la atención, muchas personas optan por bicicletas añadas para sus desplazamientos del día a día, porque, a diferencia de los vehículos a motor, no importan los años que acompañen a nuestra bicicleta, ésta no contaminará más, como siempre lo ha hecho y, además, cuantos maś años pasen irá borrando la huella de carbono que generó en su fabricación hasta hacerla desaparecer.
Por lo tanto, una bicicleta usada seguirá siendo de oro, aunque no brille.


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