Tengo tres en casa (mujeres) y 6 bicicletas (tres de ellas mías). En cuanto a mujeres, la mayor de todas me acompaña siempre que puede con su bici, y le gustaría usarla más. La menor, cuesta berrinches, amenazas y varias horas convencerla de que salga con ella, pero una vez que la coge, no hay manera de que vuelva a casa. La de en medio, en la edad de odiar todo, pues eso, la odia. La quiso en su tiempo y espero que vuelva a apreciarla.
Y esto viene a cuento por la noticia de que, en Arabia Saudí, ya se permite a las mujeres utilizar la bicicleta. Sí, ese engendro demoníaco de dos ruedas y que promueve el pecado más atroz de todos, la independencia y la libertad de desplazamiento. Eso sí, al tratarse de tan vil máquina, siempre bajo la supervisión de un hombre, garante de la más excelsa rectitud y necesario para evitar la pecaminosa situación.
Pero lo que es más importante, la sentencia de la policía religiosa, hace incapié en que sólo podrán las féminas utilizar la bicicleta como aparato de ocio y divertimento familiar y no como vehículo para desplazamientos. Y ahí está el quiz de la cuestión. Cuando la política de un país incide sobre la práctica deportiva de la bicicleta e intenta arrinconar al olvido su uso como un vehículo prioritario, sano, ecológico, amable y que permite la independencia de movimiento a todo tipo de personas, sin distinciones de clase o condición social, está cortando las alas a uno de los derechos fundamentales del ser humano.
La bici no debería tratarse solo como un objeto de uso a base de testosterona, de ciclistas vehiculares llenos de adrenalina, de grandes "trepa-riscos". La bici crea ciudades más amables, más humanas y las peatonaliza en gran manera. Si los expertos en urbanismo ciclista promulgan que la salud de una buena Cultura de la Bicicleta se mide en el número de mujeres que usan la misma, la necesidad de que un número mayor de ellas pedaleen es obvia.
En este sentido, Arabia Saudí está en coma, pero en España todavía andamos con una buena gripe, fomentada en gran parte por las políticas restrictivas de nuestra querida DGT y por una cultura de la velocidad y el riesgo.
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