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martes, 16 de julio de 2013

Las grandes olvidadas.

En una época de lento pero continuo resurgimiento de la bicicleta, una época en la que se intenta tribalizar la bicicleta con términos como fixeros, hipsters (que suelen ser los mismos), bmx, mounties, etc., que harían reír a cualquier holandés o danés porque allí no se concibe la bicicleta como una subcultura de modernos, sino como un medio de transporte más válido que ningún otro. Una época en la que se nos llena la boca hablando del uso de la bici en ciudad, de sus normas, sus peligros, sus incomprensiones, sus intentos de imposición de restricciones, sus bicis de alquiler público... Bien, pues en estos tiempos, quiero recordar y poner en el sitio que le corresponde a los que son los grandes olvidados de esta era. Personas que viven en un entorno que suele (o solía) ser más tranquilo, más humano, con menos prisas, con más integración, para bien o para mal, de sus habitantes, y en el que nunca ha dejado de usarse la bicicleta como vehículo, no como un medio de autocalificación, ni de autoestima, sin ser ni cool, ni trendy, sin importar color, ni óxido, ni tener la bici más bonita y limpia, ni ser el más chic. Me refiero a la bicicleta en el mundo rural.


Una "moda" que comenzó con aquellas mulas de carga, construidas en acero, con sus incómodos sillines de cuero y muelles y sus inefectivos frenos de varillas que pugnaban por sacar la rueda de su eje. Unas bicicletas a las que se les ponían o quitaban los guardabarros según las necesidades (por si había que frenar con el pie entre el tubo de la tija y la cubierta en cuestas pronunciadas), con doble piñón trasero para darle la vuelta a la rueda y que el dibujo del revés permitiera ascender mejor por terrenos embarrados. Bicicletas en las que era indispensable llevar un transportín de carga, que a veces se aumentaba de tamaño con más acero e incluso se soldaba al cuadro para que aguantara todo lo que se cargaba sobre él. Unas máquinas hechas para durar eternamente, porque es de lo que se trataba. Los coches eran escasos y caros y este vehículo servía para ir "al campo", a trabajarlo, a recoger, a transportar arrobas de agua, al mercado a vender o a comprar, a la localidad más cercana o a visitar al pariente de tres pueblos más allá...

 
Pero este uso de la bicicleta no se perdió en el mundo rural, aunque se abandonaron casi todas las fieles bicicletas de todo uso y, en los años 80 del siglo XX, se cambiaron por las versátiles bicis de montaña (bicis que no le hacen honor a su nombre porque casi nadie las usa para eso), con mejores frenos y mejor agarre en caminos, a las que, sí, hubo que añadirles un transportín y la siempre útil caja de fruta. Se necesitaba transportar menos carga, pero seguía existiendo la necesidad. Hoy en día, junto con algunas de aquellas supervivientes de acero y cuero, las bicis de montaña ochenteras siguen dominando el paisaje rural.
Así, que desde aquí, quiero romper una lanza en favor de los grandes olvidados de los debates, en favor de aquellos que nunca han dejado de ver la bicicleta como un vehículo útil con el que ir a la huerta o al colmado, esos de los que nunca se habla y a los que afectaría en gran manera, por ejemplo, la obligatoriedad del uso del casco. ¿Acaso una persona mayor que lleva toda su vida pedaleando y que es su única forma de moverse para llegar a los sitios sin las restricciones de la artritis, con su gorra o su boina, va a utilizar un casco? ¿Acaso quien se desplaza por un camino rural hasta su parcela para el riego diario va a ponerse un casco? Por supuesto que no. Si se teme sus efectos sobre la ciudad, en el mundo rural sólo conseguirá que se cambie la sempiterna bicicleta por el 4L y habremos perdido un bastión que siempre ha estado ahí y que, esperemos, seguirá por mucho tiempo.

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