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lunes, 2 de septiembre de 2013

La inocuidad del coche.



La semana pasada comenzaba con el titular de que, Asturias, iba a prohibir fumar en las marquesinas de las paradas de autobús, entradas de bares con una cubierta superior a no sé qué medida y en la entrada de los centros de trabajo. Hasta ahí bien, una medida que parece exagerada para algunos y muy acertada para otros, como siempre.
Pero este tipo de leyes o normas nos llevan a lo de siempre, algo que ya comenté en este artículo, y que es la inocuidad de los motores de combustión interna ante la opinión pública.
A las personas que esperan el autobús bajo una marquesina, por ejemplo, puede molestarles que alguien esté fumando a su lado, es normal. Es un humo que se ve, que se siente. Pero de lo que no son conscientes es de los miles de gases invisibles (quitando algunas punibles excepciones), cargados de nanopartículas que se filtran directamente al torrente sanguíneo por los pulmones, que están produciendo los cientos de vehículos a motor que pasan a su lado.
Esta sensación de inocuidad llega a cuotas tales que, un padre comprometido con la salud de su hijo nunca dejaría que éste respirase humo de tabaco, de un incendio o de cualquier fuente que produzca humo visible, pero sí es capaz de tenerlo al lado del coche, con el motor encendido, hasta que el aire acondicionado refresque el habitáculo. El fresquito antes que la salud.
En fin, según la publicidad, basta con poner un ambientador que filtra ese mal olor. De las nanopartículas y los gases nocivos no dice nada.

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