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martes, 29 de octubre de 2013

Cuando dejemos de mirarnos el ombligo.


Recuerdo que, en este país, siempre hemos tildado a los franceses de "chovinistas", de amarse demasiado a sí mismos y tener muchos recelos hacia lo externo.
Pero cada vez estoy más convencido de que el chovinismo genético español está salpicando de sandeces la mayoría de las decisiones políticas de este país y, cómo no, de lleno a la bicicleta.
Mientras, tras los falsos llenados de boca de que lo que se pretende es fomentar y hacer más seguros los desplazamientos en bicicleta, se crean políticas que tienen como único fin que ese aumento natural de los desplazamientos en bici no estorben demasiado y puedan producir jugosas tajadas a las aseguradoras, se intenta que la Unión Europea avale nuestras tesis sobre este tema. Una UE que, en la mayoría de los casos, nos lleva como mínimo una ventaja de diez o veinte años en esto del vehículo a pedales, cuando no 40. Una Europa que, como gran parte del mundo, considera estas medidas innecesarias, cuando no ridículas.
Pero no sólo de políticos vive este tema. Dentro del propio movimiento ciclista existe una corriente que también está basada en desdeñar todo lo que lleva décadas funcionando fuera y que pretende crear un bike-life tipical Spanish que de un plumazo no solo nos ponga a la altura de nuestro entorno, sino que lo supere con creces, haga desaparecer los coches y nos corone como vehículo supremo de las calzadas.
A ambos grupos, y sobre todo al político, les recomendaría que pasasen unas vacaciones a pie de calle en Berlín, Brujas, Amsterdam, Copenhague... ¿París?.  Que no vayan sólo a estas ciudades desde el avión al hotel de lujo, desde éste al coche oficial que les lleva a la cumbre y vuelta a lo mismo. Que salgan a la calle, que vean circular a las bicicletas y se cuestionen por qué hay tantas, que se paren a ver el respeto de los conductores hacia ellas, los trazados de las calzadas para facilitar su uso, las infraestructuras especiales que contentan y priorizan a sus usuarios, los aparcamientos y, sobre todo, la calidad ciudadana que proporciona.
Porque el ombligo de uno está bien, pero hay mucho ombligo precioso por ahí...

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