No me he decidido a escribir esta entrada hasta hoy, porque, por mi zona, hasta hoy no ha existido el otoño.
Hay mucha gente que utiliza la bicicleta sólo en verano: que si la temperatura, que si las horas de luz, que si qué se yo de los tópicos, y llegada esta época se caen de la bicicleta como hoja caduca (que por cierto se han caído más de la mitad de golpe en dos días).
Pero a mí el otoño es una época que me encanta, sobre todo para pedalear.
La temperatura es suave, sin los rigores del verano ni el polen de la primavera. Los colores amarillos, ocres, rojizos, de una naturaleza que muere sobre el aún fondo verde y que se desplaza hacia su descanso invernal. Y, sobre todo, esos amaneceres que no tiene otra época del año, con sus tonos rosáceo-anaranjados sobre nubes emplumadas que navegan en un mar de añiles y ultramares.
De todo esto se puede disfrutar de una manera especial sobre una bicicleta, cómo no. Si tenéis la suerte de vivir cerca de bosques o grandes parques, contemplar los colores otoñales mientras pedaleas, escuchando el siseo de las hojas muertas bajo las ruedas es toda una experiencia y, además, como los atardeceres llegan a horas tan tempranas, observarlos desde el sillín o, mejor, apartarse para admirarlos desde un banco o una piedra es sencillo y bonito.
Los que no tenemos la suerte de tener zonas boscosas, pues nos deleitamos con los bermellones que produce la vid antes de quedarse pelada sobre el teja de los suelos arcillosos y el reverdecer de las hiervas silvestres tras las primeras lluvias en muchos meses, mientras las bandadas de aves migratorias se reúnen en los eriales.
Las cigüeñas, en gran parte, dejaron de emigrar en otoño y lo mismo ocurre con muchos usuarios de la bicicleta. Tú, disfrútalo y no te caigas de la bici. Porque dar paseos en esta época es una de las mejores actividades.
De todo esto se puede disfrutar de una manera especial sobre una bicicleta, cómo no. Si tenéis la suerte de vivir cerca de bosques o grandes parques, contemplar los colores otoñales mientras pedaleas, escuchando el siseo de las hojas muertas bajo las ruedas es toda una experiencia y, además, como los atardeceres llegan a horas tan tempranas, observarlos desde el sillín o, mejor, apartarse para admirarlos desde un banco o una piedra es sencillo y bonito.
Los que no tenemos la suerte de tener zonas boscosas, pues nos deleitamos con los bermellones que produce la vid antes de quedarse pelada sobre el teja de los suelos arcillosos y el reverdecer de las hiervas silvestres tras las primeras lluvias en muchos meses, mientras las bandadas de aves migratorias se reúnen en los eriales.
Las cigüeñas, en gran parte, dejaron de emigrar en otoño y lo mismo ocurre con muchos usuarios de la bicicleta. Tú, disfrútalo y no te caigas de la bici. Porque dar paseos en esta época es una de las mejores actividades.
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