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martes, 4 de marzo de 2014

Bicicletas clásicas y antiguas.

Hasta hace poco relegadas a trasteros, campos, rincones y huertas, con esa pátina de soledad y desidia que les da el óxido, deshaciéndose en historia muerta que un día fue futuro y les negó su presente, las bicicletas antiguas están volviendo con fuerza a renacer en nuestra sociedad.
Verdaderas joyas familiares que un día dejaron de utilizarse en pro de eso que contamina y mancha todo, "el progreso". Un progreso mal entendido y bien vendido que se basa en el consumismo atroz, el siempre más, el siempre mejor y que lo único que crea es obsolescencia programada, materiales con fecha de caducidad y componentes desechables. Porque las bicis antiguas, una vez limpias, pulidas y vueltas a la vida, con 30, 50, 60 años o más a sus espaldas siguen funcionando sin problemas, sin signos de fatiga, sin agujeros en el metal. Quizá con un poco menos de brillo, de ese brillo basado en diseños imperecederos, en formas que aún perduran pero llevadas a una forma minimalista, frente a esa grandilocuencia de los excesos, el cromo y la experimentación mecánica.
Y estas bicis vuelven a estar en voga no sólo por su eternidad, sino por un cambio radical en el concepto del desplazamiento. En esa enorme línea que separa el ciclismo deportivo del desplazamiento en bicicleta, algo que algunos pretenden mantener como un único ente, como algo inseparable y muy alejado de la realidad.
La bici urbana no se preocupa del carbono, ni de reducir meros gramos, ni de componentes electrónicos de eficiencia, ni de posturas harto incómodas, ni de batir records. La bici urbana tiene su base en el acero, el aluminio como mucho, los sillines anchos con muelles, la comodidad en el pedaleo, el disfrute sin metas y la ropa de diario. Y estas bicis clásicas fomentan esa esencia. El ciclismo como forma de desplazamiento sobre una máquina bonita, duradera, resistente y adaptada a la conducción en ciudad. Capaz de llevar a una persona y carga, o a dos personas, o incluso a tres. Adaptable a equipajes, carros y sidecares, de todo trote, que lo mismo rodaba sobre asfalto que sobre tierra. En una frase, la máquina de desplazamiento definitiva, no en vano se las denominaba camellas o mulas.
Y es esta vuelta al concepto urbano lo que las está sacando de sus olvidos, de sus desidias y dándoles una segunda oportunidad, con cada vez más gente restaurando y volviendo a mimar estas máquinas eternas.






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