Hace un par de días pude ver en televisión un anuncio sobre un vehículo que me dejó asombrado por el cinismo al que llegan algunos por querer venderte un coche.
Resulta ya de por sí exagerado y ridículo el que te vendan las sensaciones de felicidad, libertad, euforia extrema y, sobre todo, la sensación de ser el amo de unas calles por las que circulas solo. Pero en este caso, aparece la estela de un barco sobre el agua del mar y compara la sensación de conducir ese coche con sentir el aire en la cara cuando sales a navegar.
¿Aire en la cara? ¿En un coche cerrado y aislado? ¿Acaso lleva unos difusores en el salpicadero no regulables y con olor a salmuera? El aire en la cara y esa sensación en la que percibes todos los aromas y sabores de tu alrededor sólo se tienen pedaleando, porque incluso las motos o los descapotables (que sólo regalan dolor de cabeza) no te permiten la relación tan estrecha con el entorno.
La publicidad del automóvil ha llegado a unos niveles de cinismo y falsedad sólo comparables a su declive, utilizando sensaciones ajenas para vendernos un mundo de fantasía que se borra de un plumazo en el primer atasco.
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